miércoles, 4 de abril de 2012

La tormenta.

El futuro ya no existe para mí. He perdido de vista el mañana. La vida ha hecho que siempre mire hacía atrás para convencerme que aún podría ser peor. Y por supuesto que puede ser peor. ¿Pero debo por ello no preocuparme por mi situación?. Siento como si estuviese encadenada. El peso de la cadena no me deja salir a flote. Consigo, de vez en cuando, llegar a la superficie y tomar aire. Si fuese un pez estaría en mi habitat perfecto. Siempre hundida.

Como envidiaba la felicidad que tenían algunas personas. Ajenas a cualquier problema, cualquier dolor o sufrimiento. Se preguntaba si estaban muertas o, realmente, no existía nada malo en sus vidas. Como envidiaba a las personas que eran capaces de vivir ajenas al resto del mundo. Había intentado siempre hacer las cosas de forma correcta. Creía en el bien y el mal. El respeto, en su vida, era su piedra triangular.

Se sentía a la deriva. No tenía fuerzas para sujetar el timón, la tormenta era muy fuerte. Por momentos creía tenerlo controlado pero, en seguida, una ola gigante hacía que soltase el timón. La lluvia había calado hasta sus huesos. Tenía los músculos entumecidos. Se preguntaba cuando pasaría la tormenta. Era interminable. Podía abandonar la navae, pero sabía que las posibilidades de sobrevivir eran aún más escasas. Quién sabe, quizás acabase encallando en un arrecife, o en una isla desierta. Se aferraba a la vida.
La noche había transcurrido sin cambios. Pero ahora las manos le sangraban. Era consciente que no sobreviviría a otro día. Entonces divisó tierra. Tenía que hacer un último esfuerzo por llevar la nave a tierra firme.

Besos...

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