viernes, 5 de abril de 2013

Lágrimas...

Tengo mucha facilidad para emocionarme; lo que se traduce en lágrimas al mínimo sentimiento. Ya de pequeña, con Marco y Heidi, apuntaba maneras. Cada Nochevieja, después de las uvas, he llorado. Excepto el año pasado; claro que tampoco me las comí, quizás fueran ellas las culpables de mi sensibilidad.

En la escena final de Terminator 2, cuando Arnold se descuelga hasta la fundición para eliminar cualquier rastro de su existencia, lloré a moco tendido. Al nacer Javier, cada vez que le preparaba un biberón me echaba a llorar; pensaba en el dolor que debía sentir una madre ante la imposibilidad de alimentar a su bebé.

No digo que llorar te haga más humana, o más sensible. Pero una lágrima no es sinónimo de debilidad.

Cuando alguien te ve llorar, siente la necesidad de consolarte, y de secarlas. No puede evitarlo, porque sabe que estás sufriendo y que eres vulnerable. Luego estamos los que sabemos reconocer el dolor, aunque no veamos a la otra persona derramar una lágrima. Y, en algunos casos, los hay que no dejan ni que los consueles, porque piensan que, ante tus lágrimas, deben hacerse los fuertes. Sin embargo, lo que consiguen es echarte de su lado.

Besos a tod@s.

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