martes, 2 de abril de 2013

Paciencia, aficiones, mascotas...

Ésta mañana Manu me ha enseñado como va su acuario marino. Cuando se propone algo no hay nada ni nadie que se le ponga por delante. Me encanta esa actitud. Supuestamente debe de tener paciencia para que, en el proceso, no tenga problemas. Pero no ha pasado ni un mes y ya tiene peces; cuando lo normal es que sólo el ciclado del agua te lleve ese tiempo...

Nunca he sido de manualidades. No tengo paciencia para los puzles, el punto, las maquetas, el dibujo... Si había algo que llevaba mal en el colegio era plástica; del dibujo ni hablamos. Y no por falta de imaginación. Recuerdo que hice una alfombra; la plantilla estaba hecha de plástico con unos agujeros por los que, con un gancho, tejías con trozos de lana de colores. Una tía intentó aficionarme al ganchillo. Y mi madre a la costura; estuve todo un verano haciendo dobladillos a las gasas que usaba para los picos de mi hermana.

Viviendo en Legazpi, coleccioné la revista Fotogramas. Y, al hacer la mudanza a casa de mis padres, las tiré. Diría que la música, el cine y escribir son mis grandes pasiones. Para las plantas soy un desastre, todas se me mueren. ¿Explicación? odio la claridad en las casas; y las plantas necesitan luz. Mi madre y yo nos traemos una lucha encarnizada por la subida y bajada de persianas.

Mi hijo tiene un hámster, Quesito, al cual os podéis imaginar quién se encarga de su limpieza y alimentación. Mi madre sólo me dejo tener gusanos de seda y pollitos. A los gusanos de seda los cogí mucho asco cuando empezaron a hacerse gordos. Coger morera de los árboles no era tarea fácil. Ya sabéis que cuando, a los niñ@s, nos daba por los gusanos dejábamos las ramas peladas de hojas. ¡Ah! tuve un pato; al cual, una vez creció un poco, se encargó una vecina de engordarlo y desplumarlo. El pollito, que más tiempo me duró, tuvo una vida accidentada. Mi hermana le asfixió. No le hice un entierro digno; directamente fue al cubo de la basura. Veinte minutos después, estando en la cocina, comencé a oírle piar. ¡Había resucitado!, o era primo directo de Macgyver. Le cogí entre mis manos, le puse sobre una toalla y, de camino al cuarto de estar, mi hermana le tiró al suelo y le pisó la cabeza. ¡Pero tampoco murió!; en otra vida debió ser gato. Su pequeño cerebro quedó al descubierto. Su visión me era demasiado desagradable. Yo contaba por entonces con once años. Le puse en una jaula y le llevé en casa de tía Victoria. Todos los días le hacía una visita. Cuando aquella herida cicatrizó regresó a mi casa. Acabó llevándoselo la misma vecina que engordó a mi pato. Imaginar vosotr@s su final.

El domingo hablando con mi hermana se me pasó por la cabeza adoptar un perro pequeño para mi hijo. Menos mal que la locura fue transitoria.


Besos a tod@s.

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